“Justo ahora te queres ir”, exclamó la joven que
junto a su novio estaba hace casi tres horas parada como podía a unos metros
del escenario. Al lado de ella estaba Santiago, acompañado de su amigo Facundo.
Santiago no había dormido bien, tenía una pila de
fotocopias para estudiar que lo maltrataron toda la noche, pero poco le
importaba a esa altura. ¡Había llegado el esperado 25 de mayo! Ese día lleno de
circunstancias para festejar, pero también para bajonear. Era el principio del
fin.
Cerca del mediodía ya estaba junto a su compañero
almorzando en un bodegón a pocas cuadras de la plaza, la idea era comer
liviano, y prepararse para una larga jornada que tenía como primera misión
encontrar al resto de la banda que venía desde el Sur.
Lo que parecía fácil, comenzaba a verse complicado
cuando se acercan a una de las diagonales y visualizan una columna de
militantes interminable. Cuadras y cuadras llenas de alegría, banderas celestes
y blancas con el nombre de un ex presidente, rostros llenos de sonrisas. Les
resultó imposible no mezclarse, cantar y saltar, más allá de que no
pertenecieran orgánicamente a esa organización.
Por donde Santiago miraba, veía personas, parecía como
si fuera una gran marea de humanos que no dejaba huecos. Columnas de agrupaciones,
militantes sueltos, no militantes, parejas, familias, amigos. Hombres, mujeres;
altos, bajos, rubios, morochos, flacos, gordos; argentinos, latinos; bebes,
adolescentes, adultos, abuelos. La plaza era heterogénea. La plaza era de
todos. La plaza era peronista.
Cerca de las 16, ambos amigos decidieron buscar un
buen lugar para esperar al resto, dentro de una plaza que ya no regalaba tanto
espacio para caminar. Era una tarde fría, pero enseguida Santiago se sacó la
campera. El calor de la gente comenzaba a apoderarse del ambiente y a la media
hora moverse ya implicaba, al menos, pedir permiso.
A las 17, caminar dos metros en cualquier dirección
significaba apretar la humanidad de otra persona que seguramente miraría mal.
No cabía un alfiler. Los locutores animaban a todos los presentes y los
primeros shows artísticos los hacían bailar, aplaudir y hasta cantar.
Santiago reconocía el valor cultural, pero no podía
disfrutarlo, el, como así también Facundo, esperaban lo que habían ido a buscar.
Ellos fueron a ver, escuchar y bancar a
quien no solo conduce el país, sino también al movimiento político más
impresionante del mundo. Fueron a encontrarse con Cristina.
Eran aproximadamente las 19, La Romy DJ, había levantado a la multitud con una mezcla de cumbias
clásicas, cuando la presidenta de los 41,6 millones de habitantes en Argentina
se hace presente, todos juntos cantan el himno, la voz oficial anuncia el
comienzo de la cadena nacional para todas las emisoras y un grupo de cinco
personas ejercen una brutal fuerza para moverse y retirarse. Una chica, que
estaba junto a su novio les dice: “Justo ahora te queres ir”. Las personas se ríen,
Santiago también y hacen señas como que lo van a mirar pero desde atrás.
Todo lo que siguió, se puede ver en YouTube, el
discurso, los aplausos, el fervor de la gente, los fuegos artificiales. Lo que
no se pudo digitalizar, ni documentar de ninguna manera es lo que en ese
momento Santiago sintió.
En primera instancia satisfacción porque su
presidenta no lo defraudó, pero luego desazón. Ese pudo haber sido el último
gran acto de Cristina Fernández de Kirchner como presidenta. El principio del
fin que antes presumía y ahora sentía. Lo
que viene tiene la obligación de continuar y profundizar. Ojala, por Santiago,
por Facundo, por la chica con el novio, por los cinco que se fueron más atrás y
por los restantes 41 millones, 559 mil,
991 habitantes restantes.